sábado, 26 de octubre de 2013

Los candidatos, o el sexo de los ángeles… Los puntos sobres las íes…

Los candidatos, o el sexo de los ángeles…
Los puntos sobres las íes…

            Explotó en las redes en estos días (tal vez un poco exagerada esta apreciación) el tema de la orientación sexual de los candidatos. Y todo a raíz de la pregunta que un entrevistador le realizó a un candidato (que por otra parte, todavía no sé a que se candidatea).
           
La  pregunta fue cortita, concreta y directa: ¿Sos gay?

La respuesta fue también corta: “No….soy gay. Soy heterosexual” (http://www.youtube.com/watch?v=YUbUBw8hf5o , tiempo: 20’24’’). Luego siguió el desarrollo del tema, y como era de esperar, se llenó de muchos lugares comunes.

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            Se habló mucho sobre si la entrevista estuvo preacordada, sobre si se utilizó para tratar de echar por tierra un run run que existía en los corrillos, o si por el contrario, el entrevistado no tenía idea de para donde rumbearía la entrevista… pero en relación a este tema, se habló poco sobre lo que para mi es importante: hasta donde tienen vida privada las personas públicas. Para no huirle al tema, y previo a reflexionar sobre lo que para mi importa, diré que a mi me dio la sensación (y no es más que una sensación) que sucedió todo lo anterior. Es decir, que el entrevistado sabía que se iba a tocar este tema, que era una buena forma de intentar “limpiar” la campaña, pero que sin duda quedó sorprendido por la pregunta tirada así, sin más, casi a bocajarro.  No hay duda que no fue una pregunta usual. Hasta ahora nunca habíamos escuchado que se preguntara sobre alguna supuesta amante emigrada, o sobre supuestos hijos no reconocidos, o sobre eventuales borracheras. Pero el que no se haya hecho, ¿impide que ahora se haga?

            Vayamos desgranando el choclo.

            Entrando al tema sobre el cual me propongo reflexionar, en primer lugar debo decir que poco importa cual fue la respuesta, que poco importa si el entrevistado es heterosexual u homosexual, si siéndolo lo niega, o si no siéndolo lo admite. Es su vida, es su opción, y no tenemos derecho a inmiscuirnos por la fuerza en esos temas. Pero esto no obsta a que no podamos opinar sobre la pregunta en sí. Y aunque parezca contradictorio, no me importa “la pregunta”, sino el límite que algunos creen que dicha “pregunta” traspaso. No reflexionaré sobre la pregunta ni sobre su respuesta sino sobre si los entrevistadores pueden ingresar a la vida privada de los hombres públicos

            Para contestar esa  interrogante, demos algunas vueltas.

Es claro para mí que no es admisible que se ingrese a la vida íntima de las personas comunes, salvo que sus actos violen el orden público o perjudiquen a otros. No es admisible éticamente, ni jurídicamente. Desde el momento que la Constitución pone fuera del alcance de los magistrados a las acciones privadas de las personas (Art. 13), también deberían quedar a salvo de cualquier otra persona. Si un Juez o un Fiscal (en quienes reposan las potestades acusatorias, inquisitivas o sancionatorias del Estado) no pueden entrar en estos temas, menos podrá entrar un particular.
            En español sencillo, lo que hago puertas para adentro no le debería interesar a nadie, salvo que viole el orden público o que perjudique a un tercero.

¿Podemos limitar este derecho? Si, podemos. Todos los derechos protegidos constitucionalmente, incluido el de la intimidad, son limitables en aras del interés general (Art. 7 de la Constitución).

¿Y que sucede en relación a los hombre públicos? Exactamente lo mismo. Tienen derecho a proteger su intimidad, y tienen derecho a que nadie se inmiscuya en ella, salvo por leyes dictadas en mérito al interés general. Así, por ejemplo, se les limita el derecho a la intimidad al estar obligados (algunos de ellos) a presentar declaraciones patrimoniales juradas que en determinadas circunstancias pueden hacerse públicas. Pero esto es sabido de antemano, y rige por ley, claramente basada en el ya referido interés general. Quién quiera proteger esta faceta de su intimidad, bastará con que no se postule o no acepte determinados cargos, y así su intimidad seguirá protegida.


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Ya entrando en tema, claramente todo lo anterior no responde la cuestión original. Si bien establece los derechos del entrevistado, no limita la potestad de preguntar del entrevistador.

Y está bien que no lo haga.  

No hay ninguna razón para limitar lo que el entrevistador pueda preguntar. Más aún, el entrevistador debe preguntar todo lo que considere necesario, interesante o informativo, a su criterio. Por su parte, estará a criterio del entrevistado prestarse a la entrevista o no, a contestar determinadas preguntas o negarse a hacerlo. Y estará en nosotros mirar o cambiar de canal.

El entrevistador  no se inmiscuye en la vida privada de nadie al preguntar, como no invade un hogar quién sólo golpea la puerta o toca el timbre. Será un derecho del entrevistado abrir la puerta o dejarla cerrada. Si decide abrir la puerta, ninguna intimidad ha sido violada. Y menos aún será violada (y nada se podría reprochar) si decide no atender. El hombre público, por ser público, no pierde su faz privada o íntima. Tiene el derecho a mantener la puerta cerrada, a entreabrirla sin sacar la cadena, o a no tener puertas; pero eso no impide que el entrevistador toque el timbre. Incluso, considero que el entrevistador está en la obligación de intentar abrir la puerta, pero obviamente, sin forzar a cerradura.

Desde el momento que el entrevistado aceptó responder a su entrevistador, el resto de las personas ya no tendrán lo que criticar. El entrevistado permitió que la puerta se abra y por tanto permitió que el entrevistador entre a su hogar. Ningún límite fue traspasado ni ningún derecho fue violado.


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Lo más llamativo del tema es que este punto haya sido el llamativo. 
A lo largo de la entrevista se tocaron temas que mi entender fueron mucho más trascendentales, tales como la educación, el aborto o la liberalización de la marihuana. O incluso temas ético-políticos que pasaron sin  mayor destaque en las redes, como fueron sus expresiones relativas a la responsabilidad de los hijos por las acciones de los padres o, lo que es lo mismo, el peso de un apellido.


Tristemente esto es una nueva muestra de un decaimiento cultural general. Importa más el chisme escabroso que las definiciones políticas. Estamos frente a una jorgerialización de la sociedad. Parece ser más importante saber a quién tenemos entre las sábanas que otras cosas, olvidándonos que cada uno puede hacer de su culo un pito.

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