martes, 15 de octubre de 2013

Los Derechos Humanos, la política y el dolor. Los puntos sobres las íes…

Los Derechos Humanos, la política y el dolor.
Los puntos sobres las íes…

Aceptando que recibiré recriminaciones variopintas, y mas de una subida de tono, no puedo dejar de decir lo que siento.

Hace pocos días explotó este tema por las declaraciones de un precandidato en relación a lo que haría con el tema de los desaparecidos en caso de llegar a la presidencia. Creo que sus declaraciones no fueron muy felices, que lastimaron a más de una persona, pusieron felices a alguna otra, y no permitieron que el tema (el importante, no el de las circunstanciales excavaciones) fuera analizado en todas sus dimensiones.

Si, sostengo que este tema tiene varias dimensiones, y tengo claro cual debe primar, pero eso no obsta a permitir que hayan otros que piensen distinto.

Una primera dimensión le hace al tema como sociedad en constante transformación. Si queremos seguir transformándonos y avanzando, creo que es necesario dar un cierre a este tema. Cierre que han sabido dar otras sociedades. Es aquí donde los políticos juegan su papel. Hubo un intento de cierre, el cual fue ratificado dos veces por el soberano. Poco más podríamos hacer al respecto. Pero, y siempre hay un pero, el cierre fue malinterpretado por una parte, o por todas ellas. Como bien se llamó la Ley, el cierre elegido fue el de la caducidad de la pretensión punitiva del Estado. No fue el de no saber o el de olvidar el pasado. No. El cierre que se votó por el parlamento, y que fue ratificado por medio de dos referendos  refería a no penar a los culpables de las violaciones de los derechos humanos, y no refirió a  negar el conocimiento de  la verdad.

Nadie puede exigirle a un familiar de desparecidos que deje de intentar saber. Tal exigencia sería una nueva violación de sus derechos fundamentales.

Y es ahí en donde conjuga lo político con lo personal. El Estado debe garantizar todas las medidas tendientes a saber lo ocurrido con cada uno de aquellos que hoy no están. Sean del bando que sean. Sean desaparecidos o fallecidos ubicados pero muertos en circunstancias no totalmente esclarecidas. Pero como sociedad, entiendo que podemos pedir un último sacrificio a sus dolientes. Y ese sacrificio no es dejar de buscar el saber (que como dije, tal pedido sería no sólo inaceptable, sino que sería improponible), sino que una vez averiguado, permitan que las heridas se vayan cerrando, que las nuevas generaciones puedan mirar para adelante.

No comparto los dichos de nuestro Presidente, en referencia a que este tema se va a cerrar cuando estén todos los participantes muertos. Eso sería muy triste. Hay que aprovechar mientras estén vivos para poder esclarecer la mayor cantidad de hechos posible, y a través de ese esclarecimiento poder aliviar el dolor, sincero, de aquellos que los sobrevivieron.

Eso si, de la misma forma que el Estado DEBE realizar todo lo que esté a su alcance, los políticos no deben aprovechar el dolor de nadie para llevar agua a su molino. Cuando los que lo hacen lo entiendan, tal vez consigan el apoyo de los que hoy se oponen. O tal vez no. Pero despojado de ribetes “politiqueros”, la verdad estará más cerca.

Creo que nunca se “dará vuelta la página”. Aquellos que salieron de esa etapa con cargas emocionales no resueltas no lo harán. Y razón tienen. Nadie está obligado a relegar su deseo “de saber” para satisfacer el interés difuso de la sociedad. Pero no sucede lo mismo con las penas a aplicar a los violadores de los derechos humanos. La pena a aplicar, o el no aplicar ninguna, sí es una cuestión de Estado, así como lo es la política criminal en general. Y esto no significa que apoye que permanezcan impunes determinados delitos por estar de acuerdo en que no son merecedores de castigo. No lo estoy. Pero, si bien entiendo que deberían ser castigados, creo que es más importante el poder obtener los datos y poder averiguar lo que falta saber, que el perseguir a los eventuales culpables y con esto coartar la posibilidad de averiguar lo que falta. No será la primera vez que se cambia información por impunidad, ni será la última.

La Ley de Caducidad de la Pretensión Punitiva del Estado no es la mejor herramienta, pero es la que hoy tenemos. Y bien utilizada puede ser de gran ayuda para el fin último de tratar de superar una negra etapa de nuestro país acercando el conocimiento de los hechos a todo aquel que necesite saberlo. Dejemos de pelearnos y discutir sobre si hay que derogarla, anularla o mantenerla. Lo importante no es la Ley. Lo importante es satisfacer de la mejor manera las necesidades de encontrar lo que algunos, con todo el derecho del mundo, están buscando.

En definitiva, ya sea que el tema haya sobrevolado, o haya subyacido, entiendo que es muy ingenuo pensar que el en el Club que queda en la esquina de Copacabana y Gral French este tema no haya sido conversado y por qué no, acordado. Y un tiempo después, aquel que metieron preso ni bien bajó del barco y no lo dejaron participar como candidato, apoyó su sanción legislativa. Vamos, nadie es ajeno a lo que se votó. No seamos tontos.


Como dije al comienzo, tengo claro a esta altura que por estas reflexiones recibiré recriminaciones de todos lados, y más de una subida de tono, pero en tanto no voy atrás de ningún cargo, ni dependo de caerle bien al resto para seguir en el ruedo, poco me importa. Es la ventaja que tenemos los tipos de a pie.

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