martes, 22 de octubre de 2013

Fotocopias y Derechos de Autor ¿Existen los delitos chiquitos? Los puntos sobres las íes…

Fotocopias y Derechos de Autor 
¿Existen los delitos chiquitos?

Los puntos sobres las íes…


Las recientes actuaciones contra las “fotocopiadoras de la galería” me impulsan a realizar las presentes reflexiones. Más allá del divertimento que significó interactuar en twitter con este tema, y el haberme encontrado con comentarios muy ocurrentes, la pregunta del título es válida: ¿existen los delitos chiquitos?, o lo que es lo mismo ¿hay delitos menos delitos que otros?, o dándole un giro a todo lo anterior, ¿se puede justificar el delito de acuerdo al fin que persigue?.

La respuesta a todo lo anterior, a mi parecer, es que sí. Hay delitos que son más delitos que otros. Y esto desde muchas perspectivas distintas.

Basta leer apenas el segundo artículo del Código Penal, para saber que nuestro derecho positivo clasifica a los delitos en dos clases según su gravedad. Los delitos en serio, que son propiamente “delitos”, y los delitos chiquitos, que son las “faltas”. Incluso se prevén varias situaciones en que las acciones, que podrían significar un delito, no son considerados tales (por ejemplo la legítima defensa) o aunque se consideren delitos, no se les aplica pena (como era alguna situación de aborto, o determinados delitos contra la propiedad cometidos entre determinados familiares).

La doctrina también hace diferencias entre distintos tipos de delito. Algunos realmente malos, y otros no tanto, o tal vez, delitos más chiquitos. Así tenemos a los delitos “mala in se”, que son aquellos que claramente corresponden a conductas reprobadas por el colectivo (homicidio, rapiña, violación, etc.), y los “mala prohibita”, que no son “delitos por aclamación”, sino que lo son por prohibiciones derivadas de la política criminal de un Estado (como puede ser el contrabando o vender productos sin licencia).

Por último, sociológicamente también existen diferentes percepciones de los delitos. Incluso, el mismo delito puede ser percibido de distinta forma dependiendo del momento, o de la víctima, o incluso del “beneficiario” de la acción delictiva. No percibimos igual el actuar de un infantojuvenil pastabaseado robando en un kiosko de barrio, que el actuar de Robin Hood, o más modernamente, del Chueco Maciel. De aquel se escuchan comentarios en contra del actuar preventivo de la policía o de el fracaso de los sistemas de inclusión, e incluso se pide la cabeza de sus padres. De éstos últimos, en cambio, se percibe hasta cierta simpatía, y en definitiva, un regocijo por el daño que se le causa a la “víctima poderosa” y el beneficio que (aunque sea en parte) se le da a los “oprimidos”. Pero la realidad es que todos estos ejemplos tratan de lo mismo. De vulgares rapiñeros. De tipos que violentaron nuestro sistema legal, desconociendo derechos de otros y haciendo primar sus impulsos. Pero la sociedad no percibe esto último, sino que percibe lo anteriormente dicho. No en vano los carteles de la droga colombianos realizaban grandes obras de beneficencia en sus áreas de influencia. Mitigaban la repulsa de sus crímenes comprando simpatías.

Enfocando el tema a los hechos de estos días, debemos comentar algunas afirmaciones que se vieron en las redes.

La primera de ellas fue una crítica furibunda al despliegue realizado por la policía, Interpol incluida, en la requisa de las maquinas y de las copias. Tal vez el despliegue sonó exagerado, pero no olvidemos que se debieron requisar casi ochenta fotocopiadoras. Claramente no entraban en un patrullero. Tampoco podemos olvidar que el procedimiento obedeció a un requerimiento judicial. Y sin duda es mucho mejor que la policía actúe cuando se le requiere, a que desobedezca órdenes judiciales (recordemos el triste episodio en el cual el Ministerio del Interior se negó a acatar una orden judicial para desalojar una textil, y la supuesta “cadenas de llamadas” entre distintos jerarcas).

La segunda reacción a destacar fue una serie de comentarios relativos a los “pobres estudiantes” que no tiene otra opción para acceder a los materiales de estudio. Nuevamente estamos frente a un error en la mira. El procedimiento no fue contra los estudiantes, sino que fue contra una mafia organizada que se aprovechaba ilegítimamente de derechos de autor que no le pertenecían. Insisto, el problema no es entre estudiantes vs. editoriales, sino entre editoriales vs. fotocopiadores clandestinos. Los estudiantes son víctimas secundarias, pero no puede justificarse por su causa la comisión de estos delitos, como no debería justificarse una rapiña para repartir el botín obtenido entre otros. Es cierto que los costos de los libros son muy altos. Es cierto que a veces sólo se necesita unas pocas páginas de un libro muy grande. Es cierto que las bibliotecas no siempre tienen todos los ejemplares necesarios para atender la demanda. Pero todo esto es solucionable por otros métodos. Métodos, por otra parte, que no llenarían los bolsillos de los dueños de los locales (quienes, por otra parte, bien que cobraban las fotocopias).

Por último, y en cascada con lo anterior, hubo comentarios que reconocían que las conductas eran delictivas, pero que abogaban por no castigarlas hasta que se encontrasen soluciones que sirviesen de paliativo a las necesidades estudiantiles. Una especie de “delito tolerado por estado de necesidad”. Nuevamente, debo manifestar que este argumento también me parece equivocado.

Tratando de explicar esto último, llevaré las cosas a absurdos lógicos que permitan entender las situaciones más fácilmente.

Supongamos que los estudiantes, en vez de ser estudiantes fueran personas “sin techo”, potenciales “ocupas”. Supongamos también, que los dueños de los locales de fotocopiado fueran una organización dedicada a organizar a los “sin techo” para instalarse en los dormitorios o en los livings de nuestras casas, obviamente sin nuestro consentimiento. Por último, pensemos que nosotros con nuestras casas somos el equivalente a las editoriales o a los autores de los libros.  

Teniendo claro que todos nosotros entendemos que el Estado debe dar una solución a los sin techo, sería bueno preguntarse cuantos de nosotros estaríamos contentos de alojar a los sin techo que nos toquen en suerte, y a nuestro exclusivo costo, hasta que esas soluciones lleguen.

Está bien reclamar soluciones por parte del Estado, pero no está tan bien que mientras tanto, los costos sean soportados por terceros que nada pueden hacer por dar esas soluciones.


Pensemos seriamente en el tema. No lo hagamos en 140 caracteres. 

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