De
lobos solitarios y avestruces colectivas.
Los
punto sobre las íes…
He dejado pasar un tiempo antes de
referirme a este tema. Y no es que no tuviese nada que decir, todo lo
contrario. Era tanto lo que quería escaparse de mi boca, o de mis dedos, que
preferí dejar pasar un tiempo para poder elegir la forma de abordar el punto.
Y a pesar que han pasado los días, me cuesta elegir un
abordaje, por lo que es posible que esta sea la primera de una serie de
reflexiones, pero tal vez no la última.
En fin… Muchos se reían de mí cuando en tuiter hablaba de
que ya estaban acá. Otros, “en una buena”, me decían que frene, que no sea
paranoico, que mis comentarios sólo generaban más rechazo, que Uruguay era
distinto o que estábamos en la otra punta del mundo. Por último, y no eran
pocos, estaban los que directamente se lamentaban de que yo estuviese – en
aquel entonces – equivocado.
Pero
resultó que no estaba equivocado, ni soy paranoico, ni nuestro paísito es
diferente, y aquellos que entonces se lamentaban, hoy tal vez se regocijen.
Luego del primer impacto que causó
la noticia, a los pocos minutos ya empezó la autocomplacencia vernácula. En mi
TL (los que no son tuiteros, pregunten) pude leer “es un loco suelto”, “actuaba
sólo”, “es una excepción”, “los uruguayos no somos así”… hasta un “ya se va a
saber que era un usurero”… Tal vez nada
de lo anterior es lo importante.
Principiando, y no importa cómo se lo quiera disfrazar,
lo acontecido en Paysandú es un crimen de odio. Nada importa si se conocían de
antes o no. El homicida lo asesinó por motivos religiosos (seguramente mal
comprendiendo la religión) y el asesinado lo fue por la única razón de ser
judío. Podría haber sido él, o podría haber sido otro, pero ese día iba a morir
(o iba a intentar matar) a un judío.
Tristemente los mensajes del gobierno fueron tan
desalentadores como los leídos en las redes. El Ministro Bonomi una vez, y otra
vez también, no paraba de decir que había actuado sólo y que no habían encontrado
– hasta ahora – relaciones con grupos internacionales. Varios días debieron
pasar para que el Presidente enviase un mensaje de condolencia.
Más triste aún fue la actitud de los diputados del Frente
Amplio. En forma inexplicable le negaron el derecho a un diputado de Paysandú
de expresar lo que sentía. Y la excusa fue patética. Debían esperar el
pronunciamiento judicial. ¿DESDE CUANDO UN DIPUTADO NECESITA UNA RESOLUCIÓN
JUDICIAL PARA PODER EXPRESARSE? Vergonzoso.
Para
abonar el tema, al asesino le diagnosticaron una enfermedad siquiátrica de
base. Eso bastó para reafirmar el avestrucismo. A pocos les importó que a pesar
de ello el Juez lo encontró imputable. Es decir, a pesar de su esquizofrenia
paranoide, el tipo sabía lo que hacía, apreciaba la antijuridicidad de sus
actos y entendía las consecuencias de los mismos. Traducido al español, el tipo
mató sabiendo lo que hacía.
Pero es todo más de lo mismo. Recuerdo las marchas y las
declaraciones de los jerarcas del momento cuando el incidente de Tania. Las
mismas que estuvieron ausentes cuando el asesinato de David. No estuvieron mal
aquellas declaraciones. Estuvieron mal estos silencios.
Pero supongamos que nada de lo anterior fue así, y que
efectivamente el asesino es un demente. ¿Alcanza con eso para golpearnos
complacidamente la espalda y convencernos que no nos debemos preocupar? La respuesta
es una sola: NO.
Poco
importa el estado mental del asesino. Lo importante de este tema es que el
mensaje que algunos propagan por el mundo fue efectivo. Ese mensaje que nos
llega, que nos invade, que nos satura casi hasta el infinito, de que está bien
matar a otro por una causa (sobrenatural o terrenal), aunque ese otro ni sepa
de que causa se trata y nada tenga que ver con el tema, triunfó. No importa que
quien lo recibe esté cuerdo o no. No le importa al que lo propaga y menos aún
le importa a la víctima. La realidad es que, ya sea un lobo solitario o un loco
suelto o un integrante de una red internacional, el deseo de muerte de los terroristas
tuvo un desenlace exitoso para sus fines. Al terrorista nada le importa quién
es el que mata o cuáles son sus convicciones mientras con sus actos se siembre
el terror.
Como dije al principio, es posible que en otro momento
vuelva sobre este tema. Es posible que no. El tiempo lo dirá… Pero lo que no
podemos dejar de lado es que no estamos en Disneylandia, como dijo otro
ministro, sino que somos parte de un mundo global del que no podemos aislarnos.
El terrorismo, o sus efectos, no están en otro mundo, ni siquiera podemos ahora
afirmar que está en la vuelta. El terrorismo, o sus efectos, ya están acá. Llegaron.
Y partir de la muerte de David, ya será difícil sustraerse de ellos.
Queda sin embargo una esperanza. Y
esa esperanza la veo representada en Rossana Migliónico (@rmiglionico), cara
visible y portavoz de la organización de la marcha realizada en Paysandú. A
través de ella debemos agradecerle a los más de diez mil sanduceros que
marcharon en silencio en señal de repudio por lo sucedido. Esos sanduceros que
no demoraron en condenar el hecho. Que no necesitaron esperar una resolución
judicial para expresarse. Que no dudaron en dar sus condolencias a la familia. Que
no enterraron sus cabezas en un pozo para no ver lo que pasaba. Que no trataron
de justificar lo injustificable o minimizar lo no minimizable. Esos sanduceros
que en definitiva son los representantes del Uruguay del “deber ser”.
A
ellos, gracias.
Hasta
la próxima, que seguramente habrá.
@dannyvile